Nuestro Estado Cojedes

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domingo, 28 de febrero de 2010

El instante de la escritura

“Si el deseo de escribir es la constelación de unas cuantas figuras obstinadas, al escritor sólo le resta una actividad de variación y de combinación: nunca hay creadores, sólo combinadores, y la literatura es semejante a la nave de Argos: la nave de Argos no comportaba—en su larga historia—ninguna creación, sino sólo combinaciones; a pesar de estar obligada a una función inmóvil, cada pieza se renovaba infinitamente, sin que el conjunto dejara de ser la nave Argos”.
Roland Barthes, El grado cero de la escritura
Carlos YUSTI
Alonso Quijano es un lector compulsivo. A todo buen y gran lector (como es lógico) le asalta la tentación de escribir, pero no todos los grandes lectores cruzan la línea y se enfrentan a la hoja en blanco. Don Quijote expone, o más bien Cervantes, expone las razones por la cuales no escribe: “...y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran”.
Tanto escritores grandes o pequeños se han visto zarandeados por la burla y el ninguneo de sus contemporáneos. El escritor Antón Chéjov le escribe (Moscú, 28 de marzo de 1886) a Dmitri V. Grigoróvich: “Todas las personas cercanas a mí siempre han menospreciado mi actividad de escritor y no han cesado de aconsejarme amistosamente que no cambiara mi ocupación actual por la de escritor. Tengo en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos decenas que escriben, y no puedo recordar ni a uno solo que haya visto en mí a un artista. En Moscú existe el llamado ‘círculo literario’. Talentos y mediocridades de cualquier pelaje y edad se reúnen una vez por semana en el reservado de un restaurante y dan rienda suelta a sus lenguas. Si fuera allí y les leyera una parte de su carta, se reirían de mí. Tras cinco años de deambular por los periódicos he logrado compenetrarme con esa opinión general de mi insignificancia literaria”.
No es por casualidad ni por prurito que el buen lector aplaza el momento de la escritura, ese momento de un encuentro de amor-odio con las palabras. No hay fórmulas para escribir, quizá existan algunos trucos, la consabida carpintería del oficio, pero a fin de cuentas todo escritor está un poco solo tratando de sacarle un brillo especial a esa hojalata de todos los días del lenguaje.
Los grandes escritores también han sido grandes correctores de sus libros. James Joyce realizó más de veinte mil correcciones nuevas a las galeradas finales del Ulises. Stendhal sometió a implacables y profusas correcciones a La cartuja de Parma. El más desquiciado corrector de sus libros fue sin duda Balzac y en una ocasión escribió: “Algunas veces una sola frase ocupaba toda la velada: la retorcía, la amasaba y la forma necesaria, absoluta, no se presentaba sino después de agotarse todas las formas aproximadas”. El torturado por excelencia con eso de la escritura fue Flaubert.
Pero la tentación de escribir no sólo asalta a despaginados lectores, sino que figuras de rock. Modelos, músicos, deportistas y demás grey de la farándula mediática cuenta en algunas entrevistas sus deseos de haber sido escritores. Groucho Marx aspiraba ser recordado más por los pocos libros escritos que por sus películas. Los ejemplos en este sentido abundan.
Aplazar el instante de la escritura está sujeto a muchos prejuicios. Si se te ocurre decir que escribes, familiares, amigos y conocidos buscan los argumentos más feroces para que desistas de ese “capricho” por convertirte en autor. Emil Cioran, el huraño filósofo rumano, por su parte crítica a uno de sus amigos que, apartado en un pueblo de provincia, le escribe su intención de escribir un libro, y Cioran escribe en una especie de carta: “Siempre había creído, querido amigo, que, enamorado de su provincia, ejercitaba allí el desapego, el desprecio y el silencio. ¡Cuál no sería mi sorpresa al oírles decir que preparaba un libro! Instantáneamente, vi dibujarse en usted un futuro monstruoso: el autor en que se va a convertir. ‘Otro que se pierde’, pensé”. Renglón seguido Cioran pasa a despotricar del mundo literario, especie de infierno lleno de artificio y veneno, en el cual el único tema de conversación son los libros. A los literatos los califica de indiscretos desvergonzados.
A pesar de los consejos y las recomendaciones uno se empeña en confrontar/enfrentarse a la hoja (o la pantalla de la computadora) en sana blancura.
Después que uno se ha embarcado en esa nave de Argos que es la escritura  hay que corregir mucho, romper y atestar la papelera con hojas desechadas para no naufragar durante la travesía plena de peligros e incógnitas. Aunque eso del peligro es ya literatura por aquello escrito por George Steiner: “El intelectual, el mandarín universitario, la rata de biblioteca, no suele formarse en la valentía”.

domingo, 14 de febrero de 2010

Cuentos de Los Malabares. (Samuel Omar Sánchez-Cojedes)

EL  AHORCADO  DEL  CANAL
Esto le sucedió a un personaje de la barriada Los
Malabares. Su nombre era José Domingo Míreles,
(cotejo o mingo), el hijo de la señora Aleja de Mireles y
Don Jorge Mireles, ambos fallecidos.
Quien no conoció al Mingo, tan pintoresco como
él no hay, muy servicial con la gente y amigo de los
amigos, así era. Como corría… en la barriada nadie
le ganaba corriendo los 100 metros planos, él era
rematador del equipo de atletismo de la Escuela “Iginio
Morales”, y muchas victorias lograron bajo la tutela del
entrenador  Reyes Franco,
El Mingo, era un deportista, le gustaba el atletismo,
el fútbol, el béisbol y hasta el ciclismo, después con el
paso del tiempo dejó de practicar cualquier deporte.
Siempre andaba con sus hermanos: El negro, El
baby y El chingo, se iban a tomar a cualquier botiquín
y si tenia patio de bolas mejor,  porque eran buenos
jugadores. Mingo era buen bochador y  arrimador,
cómo peleaba el carajo… se fajaba a puño limpio con
cualquiera y si estaban jodiendo a algún amigo o
conocido de la barriada Los Malabares, lo defendía, por
eso era amigo de los amigos.
En una de esas correrías de Mingo, salió con sus
hermanos a tomar unas cervezas y divertirse, anduvieron
por el 23 de Enero, Las Tejitas, Las Lajitas y remataron
en el Aeropuerto.  Estaban en el bar “Tu y Yo”. A eso de
la 1 de la mañana, dice El chingo: “hermanos vámonos”,
le responde El mingo, con su gageo característico, “mi-
re-mi-ji-tos  si  qui-eren, se van us-te-des, pero yo me quedo
aquí un rato más”, y se daba palmadas en los bolsillos,
diciendo aquí tengo plata para seguir tomando, los tres
hermanos trataron de convencerlo y nada.
Se despidieron de él, “Mingo, ten cuidado al llegar
los mangos del canal, tu sabes que allí asustan”, responde
Mingo, “no mijo, a mí no me asustan esos cuentos”.
Se vinieron los hermanos y Mingo se quedó tomando
con otras personas que estaban allí. Aproximadamente
a la 1 y media de la madrugada, cuando decide venirse
para la casa en Los Malabares, venía más prendido que
arbolito de navidad.
Al llegar a la casa de los Quiñones, Mingo se
recordó de lo que le habían dicho sus hermanos, sintió
un poco de miedo y más al cruzar, ver los palos de
mango que estaban en frente del canal, nada más al
pensar que tenía que pasar por el pequeño puente, se le
erizaba la piel.
En ese instante se oye el ave nocturna que le
dicen el “chupa hueso”, que es de mal agüero, dice la
creencia anuncia muerte. Ahí Mingo si se asustó, en ese
momento la luna se esconde detrás de unas nubes y la
noche se puso sombría, metía miedo.
Aparece una fuerte brisa que mueve las ramas de
las matas de mango, era tan fría que Mingo sintió que
se le helaba todo el cuerpo, los pelos del cuerpo se le
erizaron, parecía un gallo grifo espelucado y empezó a
titiritar de frío.
En ese momento ve una sombra en una de las ramas
que se movía entre los palos, alcanza a ver que era como
un enano y el rabo era una cola, era de color negro, era
peludo pero en su cabeza resaltaban dos orejas largas
puntiaguda, era como un vampiro, y Mingo se asusta
al ver ese espanto.

 
Siente el latido de un perro, voltea para todos lados
a ver de donde salió y cuando mira ahí si se chorrea del
miedo, vio aparecer un hombre colgado de un mecate,
que se movía entre las ramas, le alcanza a ver la lengua
que le salía como una corbata y le llegaba hasta el suelo.
Mingo está como se dice cagado de miedo, tanto fue
que hasta se orinó en los pantalones, tartamudeaba
diciendo  Dio-si-to, sál-vame de-este espan-to, que-estoy
muerto de mie-do.
Da un mal paso y cae al canal y para buena suerte
de Mingo, no cae para el lado de la chorrera, si no para
el otro lado.

 
Ahí si la rasca se le quita al pobre Mingo, como pudo
salio del canal y aún estaba el ahorcado en el mismo
sitio, trató de correr y las piernas no le respondieron,
estaba como clavado en el suelo, el aire se impregno
de azufre.


El miedo lo agarró por completo, ya la rasca
no la tenía, intentó rezar pero no pudo, ni siquiera un

carro pasaba por ahí, la noche de verdad metía miedo,
el enano empezó a reírse, justamente son las 2 de la
mañana y se oye el primer canto del gallo: Tres veces
cantó. Ahí vuelve a aparecer una fuerte brisa y cuando
ve el Mingo, los espantos habían desaparecido, hasta del
olor del azufre no quedaba nada.

 
Como pudo se levantó del suelo, se persignó y
les dio las gracias a Dios y al gallo, porque lo habían
salvado de ese espanto, sino quien sabe lo que le hubiera
pasado. Entonces le volvió el color a la cara, porque
estaba pálido por el miedo y hasta los pelos de la cabeza
ya no los tenía, agarró fuerza y pegó una carrera hasta
que llegó a su casa.
Aún estaba asustado y no podía abrir la puerta de
la vivienda, en ese momento se levanta Doña Aleja, le
abre la puerta y le pregunta ¿Qué te pasó?, el responde,
“Mamá, me acaba de salir el ahorcado del canal”.
Así se corrió por toda la barriada Los Malabares, de
cómo asustó a Mingo el ahorcado del canal, ese mismo
espanto que a más de uno le ha salido.

(Tomado del libro: Cuentos de los Malabares, publicado por la Imprenta Regional Cojedes en 2009) 

Préstame tu linterna Ramón Villegas Izquiel


 Cortesía del escritor y cronista cojedeño, José Antonio Borjas.

El día de  hoy, comentaré sobre el Ensayo del poeta cojedeño Miguel Pérez, que desde las raíces de su ser va entrando paulatinamente en la vida de un pueblo que duerme en la plenitud de los siglos: "que se yergue en la confluencia de dos aguas/que vienen de lejanas aventuras/ unidas por las sabias coberturas/forjadas en el horno de sus fraguas. 


Ramón Villegas, bauleño (1920), docente; que ha recorrido todas las escalas del magisterio, desde maestro rural en Arismendi hasta jefe de la Zona Educativa del Estado Cojedes, escritor y poeta (Panegírico de mi Pueblo y el pianito de Marialina), este es el personaje que Miguel Pérez analiza y dedicó este Ensayo. Así se explica: "Primero supe de la existencia de este pueblo (EL Baúl) allá; en las orillas del Matiyure, por la mención de algunos de mis paisanos, un recuento de algunas de sus travesías o lo mas probable, Villegas Izquiel, ò por algunas de esas canciones de Jesús Moreno y  Francisco Montoya. 
Después vinieron hasta mi las palabras de los libros, el trato con nativos que cruzaron muy a su pesar las fronteras de este pueblo, copleros unos, arpistas y escritores otros. Hasta que por fin, un buen día, en compañía de José RÍOS  y el musiù Juan Pérez Rodríguez pisé la calle Los Placeres... contemplé por primera vez el río (el río de mi obsesión de José Antonia Borjas), ese río que llevamos por dentro y aparece -porque así lo escribió el arismendeño Adhely Rivero:

Cuando lo deseamos". "Si estimado poeta, tu conociste el pueblo en plena creación literaria, yo nací en sus riberas, en una cara de la calle Bolívar, junto al río, que lame las raíces de un tamarindo centenario y al lado del viejo malecón de las pescas juveniles, veinte años crucé por sus contornos, comencé mi aprendizaje que no he terminado todavía. "Es de calles muy largas y tendidas/con ángulo de río en sus entrañas/con cerros que le peinan sus pestañas/en las noches de luna amanecidas... "'ya me había honrado la amistad  de Ramón Villegas.

Ya me había leído todo lo que habías escrito tu, Virgilio Tosta, Pedrañez Trejo y José Antonio Borjas, acerca de El Baúl ya conocía de vista y trato a Hilda Vera de Cancines, sus hijos .engendrados por Silvio Cancines. Ya sabía yo de Cándido Herrera, Amado Lovera, y Lionso Vera, en su doble vertiente, de arpista e intérprete del paisaje: Reynaldo Armas, a manera de elogio que agradecemos, pide en su canción dedicada a El Baúl, que lo escuchen cantar, Mujer piriteña y Tardecita de El Baúl. Yo conocía algunas letras de Ángel Zapata y las faenas de José Mileno.. Yo conocía las proezas de Antonio Sosa Mejías, devoto del Ruiseñor de Atamaica- que podemos concentrar en la manera como él solo nos interpreta "Omaira", de lo que me convencieron los arpistas Lovera y Freddy Cancine. Referencias de los que mentaban Juan Moreno, Prisco Sulbarán y el Indio Zapata el primer animador de parrandas, padrote del contrapunteo y los otros dos, afamados arpistas de la llanura sin par... como también del tocador y hacedor de arpas Don Juan Carrillo... (Carmelo Zapata, fue de los músicos del maestro Bello, con pasantía del Conjunto Camaguán de Rafael Rojas y Valentín Carrucí) Ya conocía la brega de Amílcar Alejo, bauleño (n.l963) con el colorido de estos paisajes, desde el lienzo y el óleo. "Amílcar Alejo es uno de los mas destacados artistas plásticos del Estado; además, es uno de los pocos que siempre ha mantenido una seria preocupación por la actitud del artista ante el objeto de su actividad, ante la orientación de su arte" escribió una vez Eduardo Mariño. Actualmente Alejo es Director del Museo La Blanquera. 
Así se va el Ensayista por los caminos del folklore, de la música llanera, de sus arpistas mas famosos, de los cantantes de voz recia que retumban mas allá de San Miguel, o del Cerro del Calvario y del llano donde nace la copla mañanera. Se inicia esta pléyade arpistas que se han hecho grande en toda Venezuela, comenzando por Silvio Cancine, el Maestro de Las Queseras y la de sus hijos que han seguido sus huellas. (De Las Queseras/a El Baúl pasando por la/Regina, el cielo se ha puesto azul/desafiando la neblina... Miguel nos recuerda personajes de la historia, nacidos en El Baúl, que pusieron muy en alto el gentilicio bauleño, entre ellos Francisco Valbuena, Director de la Escuela de Varones de El Baúl, pedagogo, colaborador de  El Tribuno (El Baúl 1984). Rafael Silva (Lino Sutil) nacido aquí, poeta, narrador, columnista del Cojo Ilustrado, colaborador de El Universal por 40 años. Querido Villegas: Este año (2008) se cumplen 14 años de tu muerte y 28 de tu nombramiento de Cronista de  El Baúl, de tu celebrado discurso en verso: Penegirico de mi Pueblo en la Plaza Bolívar de tu pueblo, que nos recuerda a "Valencia la de Venezuela" de José Rafael Pocaterra. José Antonio Borjas (1927) Cronista de la Ciudad de San Carlos, Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de la Historia e Hijo Ilustre del Baúl, me quedo de sus poemarios con "El Río de Mi Obsesión'(1989) y "Personajes Populares de mi Pueblo" (1934). Este último es un derroché de ingenio, creatividad y memoria. Se lee sin dificultad y palpita en este libro seres de los que- casi nadie se ocupa o se recuerda".
Gracias poeta por el recuerdo, por el río que ha sido la obsesión de mi vida y los personajes que he puesto a caminar por esas calles largas y sin prisa. Gracias estimado amigo por los recuerdo de mi pueblo, que son un libro abierto en el corazón de las ideas.  Así es  El Baúl y así le canto: Es de gente tranquila, empecinada/pescadores de fresca madrugada/labriegos del arado vespertino/Poetas sembradores de  luceros/garzas que van oteando los esteros /en el fresco reflejo del camino…

miércoles, 10 de febrero de 2010

Poema de Yenny Morales (Cojedes)

Un  orgasmo  y  marcharte
son la  misma cosa
podría decir  que  es  una  sinonimia
o una  hiperonimia
de  la  palabra  amante
pero dentro  de  la  semántica del  amor
éstas  son  sensaciones distintas
entonces  hablemos  de una  antonimia
o  una  antítesis...
yo  me  entiendo
y  tú  lo  sabes.